Der Panther

Mientras avanza dibujando una y otra vez
con sus pisadas círculos estrechos,
el movimiento de sus patas hábiles y suaves
va mostrando una rotunda danza,
en torno a un centro en el que sigue alerta
una imponente voluntad.
RILKE


17 de enero de 2010


Siempre la observaba, a distancia. Procuraba mantener su exacta posición, no vacilar ni perder milímetros. Ella iba y venía, como hiperactiva, como efervescente, con tacones o con zapatillas de tela, con trenzas o enredos. Los inviernos la envolvían en ropa gruesa y olor a armario, solía levantarse tiritando y mientras, él se moría de ganas de darle calor. El verano ya era otra cosa. Su cuerpo se mostraba, dorado por el sol y brillante de poca vida trasteada. Cuando se acercaba y aspiraba su fragancia a limón y tierra seca, procuraba no estremecerse, seguir ahí arriba. Ella era algo estúpida, si no se daba cuenta. Por las noches, ya era enfermar de ansias. Salía de la ducha en albornoz, sus tobillos, sus gemelos de chica que sabe que hay que caminarse la vida. No se sentía observada y se desprendía del albornoz como finalizando la metamorfosis, y ahí llegaba a un punto febril el amor imposible.
El dos de agosto, un cojín al pie de la estantería le ofreció la oportunidad. Se lanzó desde lo alto y luego se arrastró hacia la cama, trepándola en ascuas. Ya bajo la sábana la sintió, ausente y ligera. Rozó su cadera demasiado rápido, ella se giró sobresaltada y lo empujó, estrellándolo contra la pared.

- ¿Qué hará aquí ese libro?

Lo colocó en el sitio vacío de la estantería, con el ceño fruncido. Pobre ignorante, sin enterarse de que su amor por esas páginas por fin era correspondido.

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